Resumen

Alguien señaló hace ya algunos años que los puertos más importantes del mundo no tienen obras de abrigo. ¡Y tenía razón!. Las obras marítimas realmente exteriores, abiertas a los oleajes oceánicos y formando dársenas abrigadas no son frecuentes en ninguna costa del planeta. Generalmente, la construcción de puertos se realiza en áreas naturalmente abrigadas, “harbours”. Solo en España y algunos otros, pocos, países esto no sucede, a pesar de que las costas españolas, incluso las del Mediterráneo son, salvo excepciones, muy batidas. La climatología, geografía y una larga historia: con agricultura muy temprana y tácticas guerreras de tierra calcinada, junto con costas muy poco articuladas, son elementos fundamentales que han comprometido a España en una pugna con el mar que ha perdurado durante milenios. Antes de nuestra Era los protogallegos –megalíticos ó célticos, pero seguro preromanos– habían ya construido un refugio, Bares, cuyo largo pasado resistiendo la acción del mar se manifiesta en la esfericidad y pulimento de sus desgastados cantos. Los restos del puerto de Ampurias –quizá griegos, probablemente romanos– nos muestran en sus ruinas la dureza de los Levantes, mientras que el puerto de Ostia, su coetáneo, se encuentra intacto, enterrado entre los aluviones del Tiber. Desde tan lejanos tiempos y mucho más en la actualidad el uso de la costa en la Península Ibérica es variadísimo: recreativo (balneario, náutico), industrial (pesca, transporte, etc.) etc... Respondiendo a esta necesidad la Ingeniería de Costas ha tenido y tiene en la actualidad una gran vitalidad.